Aventurados al encuentro con los otros y otras, los y las docentes de Mendoza se animaron a contar con la imagen, las luces y las sombras, un periodo histórico de pandemia.
Así, la escuela fue a la casa de cada docente. Sin permiso irrumpió en las dinámicas hogareñas. Cristalizó la frágil intimidad de cientos de familias.
Así la escuela fue a la casa, como un remolino de sensaciones nuevas, como un río turbio que no permitía ver con claridad el fondo ni sus peces.
Así la escuela se hizo un lugar en casa. Abandonando los espacios comunes de los patios y las galerías. Atesorando en sus aulas vacías cascabeles de lata.
Y así se instaló, usurpando espacios propios y rincones para izar la bandera por unos cuantos meses.
Ellos y ellas lo lograron. Sostuvieron un sistema remoto educativo con inversión de monedas y tiempo. Acompañaron el aprendizaje personal con ímpetu y las trayectorias educativas con misericordia.
Fueron capaces de embellecer un panorama desolador sembrando en el margen de una pantalla, una margarita que oliera a vida.
Así orientaron sus pequeñas barcas de madera hacia el sol. Así transformaron aquellas luces y sombras de la incertidumbre en puerto seguro para abrazar la esperanza.
Gracias por tanta sensibilidad y humanidad puesta al servicio de SADOP.